jueves, 27 de noviembre de 2008
Domesticar
miércoles, 26 de noviembre de 2008
Vida interior
En la medida en que uno tenga vida interior depende menos de la vida afectiva; y la vida afectiva se nutre de la vida interior. Cuánto menos despierta esté la vida interior o más reducida a las necesidades del afecto más indigente es la solidez de la persona. Porque la vida afectiva suele estar muy sujeta a las presiones de las carencias y a los juegos de poder para buscar competitivamente, una centralidad y un nutriente del tipo de "exclusividad por conquista". Uno no es elegido sino un colocador de incentivos que busca más la satisfacción propia que el bien y el compartir con el otro.
Y uno puede sentir rabia por las insatisfacciones, sin querer ver todos los intereses Entonces, las modificiaciones en los intereses o los gustos producen el desgaste de la relación, ya que vínculo no hubo. Y uno puede sentir rabia por las insatisfacciones, sin querer ver todos los intereses que, mientras dieron resultados satisfactorios, sostenían la relación. Sin pensar suficientemente la responsabilidad en no haber elegido prepararse para los virajes de los gustos en el otro con la consiguiente posibilidad de haber sido dejado de lado. Cuanto menos vida interior, más vida afectiva con toda su confusión y conflictividad que pueden obnuvilar la riqueza propia de esta dimensión humana. Y una vida con emociones, pero sin sentimientos: elaborados, elegidos, sostenidos; una base importante de la fidelidad a uno mismo y a los demás.
Dios es el camino
Las cosas aisladas, sin regularidad, no significan nada.
Pero, aunque SINTAMOS que no nos alcanza, eso no es verdad. En Él hay una hondura a la que mi sensibilidad enferma por el aprisionamiento de felicidad vana no termina de acceder. Y hay mucha gente que entró en esta dimensión de Amor, pero para eso han salido de la cárcel de los roles.
El problema es que si uno no se "quiere perder" a Dios, termina "cotizándolo" en el mercado de sus intereses vitales. Y Dios, no se deja medir. Él no quiere que lo midamos sino que lo miremos para poder descubirlo y ahí, crear Él mismo los sentidos nuevos para percibirlo.
Si uno lo quiere atrapar a su medida, proporciones, intereses o fomentos de sus carencias, se escapa. Está presente en la misericordia de lo mínimo para, a través de esa experiencia, acceder a lo nuevo y a lo verdaderamente MÁS.
Sin humildad la voluntad enferma no se cura. Y el pasado vuelve como un eterno retorno y busca huir en la reencarnaciones vitales de distintos personajes que uno puede inventar con la plata conseguida en los mercados de los hombres.
Sin soledad y silencio no hay encuentro.
Cuanto menos presente está Dios, tanto más todo depende de la propia voluntad. Y de la configuración de la voluntad: una voluntad ciega y energética, fundada más en la dependencia de caer bien, de que nos acompañen, de ser buen proveedor de lo que a otros les viene bien, de los discursos recíprocos (símil adulto del "cambiar figuritas" infantil), de pagar las fantasías egoistas/infantiles/eróticas/de poder.
Lo que depende de la voluntad, depende sólo y sobre todo, de ella. Y de la salud física que permite más o menos sostenerla de algunos de esos modos. O usarla para comprar a otros con plata, miedo, o dulzura.