jueves, 27 de noviembre de 2008

Domesticar

De "El Principito"...
Entonces apareció el zorro:—¡Buenos días! —dijo el zorro.
—¡Buenos días! —respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.
—Estoy aquí, bajo el manzano —dijo la voz.
—¿Quién eres tú? —preguntó el principito—. ¡Qué bonito eres!
—Soy un zorro —dijo el zorro.
—Ven a jugar conmigo —le propuso el principito—, ¡estoy tan triste!
—No puedo jugar contigo —dijo el zorro—, no estoy domesticado.
—¡Ah, perdón! —dijo el principito. Pero después de una breve reflexión, añadió:—¿Qué significa "domesticar"?
—Tú no eres de aquí —dijo el zorro— ¿qué buscas?
—Busco a los hombres —le respondió el principito—. ¿Qué significa "domesticar"?
—Los hombres —dijo el zorro— tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa.
¿Tú buscas gallinas?—No —dijo el principito—. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? —volvió a preguntar el principito.
—Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa "crear vínculos... "
—¿Crear vínculos?
—Efectivamente, verás —dijo el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
—Comienzo a comprender —dijo el principito—. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...
—Es posible —concedió el zorro—, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.
—¡Oh, no es en la Tierra! —exclamó el principito.
El zorro pareció intrigado: —¿En otro planeta?
—Sí.
—¿Hay cazadores en ese planeta?
—No.
—¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
—No.
—Nada es perfecto —suspiró el zorro. Y después volviendo a su idea:—Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.El zorro se calló y miró un buen rato al principito:—Por favor... domestícame —le dijo.
—Bien quisiera —le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
—Sólo se conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
—¿Qué debo hacer? —preguntó el principito.
—Debes tener mucha paciencia —respondió el zorro—. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
El principito volvió al día siguiente.—Hubiera sido mejor —dijo el zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
—¿Qué es un rito? —inquirió el principito.
—Es también algo demasiado olvidado —dijo el zorro—. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:—¡Ah! —dijo el zorro—, lloraré.
—Tuya es la culpa —le dijo el principito—, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
—Ciertamente —dijo el zorro.
—¡Y vas a llorar!, —dijo él principito.
—¡Seguro!
—No ganas nada.
—Gano —dijo el zorro— he ganado a causa del color del trigo.Y luego añadió:—Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:—No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:—Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.Y volvió con el zorro.—Adiós —le dijo.
—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
—Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse.
—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
—Es el tiempo que yo he perdido con ella... —repitió el principito para recordarlo.
—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
—Yo soy responsable de mi rosa... —repitió el principito a fin de recordarlo.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Vida interior

En la medida en que uno tenga vida interior depende menos de la vida afectiva; y la vida afectiva se nutre de la vida interior. Cuánto menos despierta esté la vida interior o más reducida a las necesidades del afecto más indigente es la solidez de la persona. Porque la vida afectiva suele estar muy sujeta a las presiones de las carencias y a los juegos de poder para buscar competitivamente, una centralidad y un nutriente del tipo de "exclusividad por conquista". Uno no es elegido sino un colocador de incentivos que busca más la satisfacción propia que el bien y el compartir con el otro.

Y uno puede sentir rabia por las insatisfacciones, sin querer ver todos los intereses Entonces, las modificiaciones en los intereses o los gustos producen el desgaste de la relación, ya que vínculo no hubo. Y uno puede sentir rabia por las insatisfacciones, sin querer ver todos los intereses que, mientras dieron resultados satisfactorios, sostenían la relación. Sin pensar suficientemente la responsabilidad en no haber elegido prepararse para los virajes de los gustos en el otro con la consiguiente posibilidad de haber sido dejado de lado. Cuanto menos vida interior, más vida afectiva con toda su confusión y conflictividad que pueden obnuvilar la riqueza propia de esta dimensión humana. Y una vida con emociones, pero sin sentimientos: elaborados, elegidos, sostenidos; una base importante de la fidelidad a uno mismo y a los demás.

Dios es el camino

Las cosas aisladas, sin regularidad, no significan nada.

Puede parecer que "Dios no nos alcanza" y buscamos vanamente en las experiencias de las personas y de las cosas. Ambas son MÁS ABSOLUTAMENTE INSUFICIENTES para acercar algun tipo de felicidad; pueden producir "contenturas" provisorias, autoexaltadas con fantasías imbéciles e indigentes y usualmente enfermizamente competitivas.

Pero, aunque SINTAMOS que no nos alcanza, eso no es verdad. En Él hay una hondura a la que mi sensibilidad enferma por el aprisionamiento de felicidad vana no termina de acceder. Y hay mucha gente que entró en esta dimensión de Amor, pero para eso han salido de la cárcel de los roles.

El problema es que si uno no se "quiere perder" a Dios, termina "cotizándolo" en el mercado de sus intereses vitales. Y Dios, no se deja medir. Él no quiere que lo midamos sino que lo miremos para poder descubirlo y ahí, crear Él mismo los sentidos nuevos para percibirlo.

Si uno lo quiere atrapar a su medida, proporciones, intereses o fomentos de sus carencias, se escapa. Está presente en la misericordia de lo mínimo para, a través de esa experiencia, acceder a lo nuevo y a lo verdaderamente MÁS.
Si uno se queda con la satisfacción de los eslabones que subsanan las falencias o ficciones de los propios proyectos, se pierde a Dios. Incluso teníendolo presente a través de la invitación -por la ayuda que te dio- a que lo busques de otro modo.

Sin humildad la voluntad enferma no se cura. Y el pasado vuelve como un eterno retorno y busca huir en la reencarnaciones vitales de distintos personajes que uno puede inventar con la plata conseguida en los mercados de los hombres.

Sin soledad y silencio no hay encuentro.
Esperar contra toda esperanza. Hasta no esperar y abrirnos de esta forma, no es posible ver a Dios.
Hay que empezar por preguntar, llamar a Dios; si uno lo hace de verdad y tiene el valor de escuchar la respuesta, EL va a responder. Pero es necesario mucha valentía porque los decorados de las fantasías familiares atávicas, propias y de la gran familia humana, se desmoronan en la luz de la verdad plena, profunda y total.

Cuanto menos presente está Dios, tanto más todo depende de la propia voluntad. Y de la configuración de la voluntad: una voluntad ciega y energética, fundada más en la dependencia de caer bien, de que nos acompañen, de ser buen proveedor de lo que a otros les viene bien, de los discursos recíprocos (símil adulto del "cambiar figuritas" infantil), de pagar las fantasías egoistas/infantiles/eróticas/de poder.

Lo que depende de la voluntad, depende sólo y sobre todo, de ella. Y de la salud física que permite más o menos sostenerla de algunos de esos modos. O usarla para comprar a otros con plata, miedo, o dulzura.
Sin Dios es ABSOLUTAMENTE IMPOSIBLE salir del laberinto. Y, si uno, no busca llegar a las raíces y a la fuente de los valores que otea, se queda en la superficie del control y de los discursos afectoides que siempre encontrarán un dulce cómplice o un tránfuga que comparta el mismo circuito de manipulación, más dorado, más endulzado, pero el mismo círculo: el círculo cerrado de los catálogos del mundo.
La felicidad depende de uno mismo. Pero los cimientos del "sí mismo" es el AMOR de Dios. Que es lo que funda y sostiene y recrea constantemente el "sí mismo" y lo proyecta saludablemente hacia la integralidad de la creación.

martes, 18 de noviembre de 2008

Ver lo que es

No hay que mirar la cantidad y la novedad sino con la perspectiva de la realidad, que integra ambas cosas y produce emociones más saludables y pacibles de poder construir.

sábado, 15 de noviembre de 2008

La mirada de los otros

La vida es muy dura cuando todo depende de uno o de los demás.
La infidelidad, irresponsabilidad o inmadurez impide o dificulta elegir, condenándonos a vivir en la inmadurez o el interés de los demás.
Somos mínimos y pequeñísimos... y es muy peligroso caer en la mirada codiciosa o inmadura del otro que nos mira como lo que hicimos pero no puede captar la dimensión real de lo que somos.
El narcisismo puede asfixiar, llevándonos a creer que necesitamos ser superman para poder "ser".

sábado, 1 de noviembre de 2008

Ver

Cuando establece el vínculo profundo consigo mismo, uno no se vuelve indiferente sino más selectivo. No excluyente ni despreciativo. Ve mejor lo que hay delante y, al no ser gobernado por carencias (uno las siente pero no lo dominan), ve mucho más claro las intenciones, los manejos, la modalidad de las personas. Y por madurez, atisba mejor el interior del otro, cual es su interioridad y no la confunde con sensibilidad.
Hay gente muy sensible o con mandatos de delicadeza o de dedicación a los demás que parecen tener vida interior o rasgos de virtudes; en realidad no son ni interioridad, ni virtud sino tal vez vicios y dependencias gratos. Uno se vuelve más selectivo y más respetuoso. Las relaciones tienen un marco diferente. La sobriedad nos protege de no dejarnos llevar por el exacervamiento de las carencias con entusiasmos o aversiones ficticias condicionadas. Uno sale del juego "hago lo que puedo" o de las "intenciones", para entrar en la realidad de las motivaciones profundas de la conducta. Y, desde ahí, puede construir con el amor. En la eroticidad, la virtud de la templanza -y no la moderación como un control voluntarista provisorio-, es la que gobierna y armoniza las pulsiones y las tendencias, y las orienta en relación con un fin que tiene límites a la fantasía que fue minando con sentimientos equívocos los modos e intensidades de las emociones humanas , para formar verdaderos y constructivos sentimientos que conducen a despertar y sostener el amor.
Mi interior me da una percepción más acabada de quién soy y de qué es la vida, qué es vivir, y así percibo a las personas que tengo enfrente. A veces, por el dolor de las carencias, uno comete grandes errores al no sopesar la densidad y el contenido de ciertas palabras. Con el tiempo, el optar por el riesgo mortal de hacer desierto de las palabras y encontrar su verdadero horizonte cuando uno no las riega con su estimulación, sacrificios excesivos y dolor cargado... van apareciendo con su figura más real. El resultado es un susto espantoso ante un mundo mucho peor de lo que uno supone y las disculpas correctas que lo hacen más llevadero. Pero ahí empieza el amor. Cómo, de qué modo, hasta dónde. La verdad permite ver mejor a la persona que uno tiene delante y también escuchar con sinceridad por qué motivo uno la quiere.
En una "mente libre" todo va bien; creo que no en una mente sana. El tiempo es el mejor explicitador: los apegos, los controles, las fugas internas, las compensaciones con cosas o actividades o personas. Y no siempre es un restaurarse para volver sino un desagobiarse para pagar el peaje seguir viviendo en la fantasía.
Cada uno tiene la felicidad que quiere.