miércoles, 26 de noviembre de 2008

Dios es el camino

Las cosas aisladas, sin regularidad, no significan nada.

Puede parecer que "Dios no nos alcanza" y buscamos vanamente en las experiencias de las personas y de las cosas. Ambas son MÁS ABSOLUTAMENTE INSUFICIENTES para acercar algun tipo de felicidad; pueden producir "contenturas" provisorias, autoexaltadas con fantasías imbéciles e indigentes y usualmente enfermizamente competitivas.

Pero, aunque SINTAMOS que no nos alcanza, eso no es verdad. En Él hay una hondura a la que mi sensibilidad enferma por el aprisionamiento de felicidad vana no termina de acceder. Y hay mucha gente que entró en esta dimensión de Amor, pero para eso han salido de la cárcel de los roles.

El problema es que si uno no se "quiere perder" a Dios, termina "cotizándolo" en el mercado de sus intereses vitales. Y Dios, no se deja medir. Él no quiere que lo midamos sino que lo miremos para poder descubirlo y ahí, crear Él mismo los sentidos nuevos para percibirlo.

Si uno lo quiere atrapar a su medida, proporciones, intereses o fomentos de sus carencias, se escapa. Está presente en la misericordia de lo mínimo para, a través de esa experiencia, acceder a lo nuevo y a lo verdaderamente MÁS.
Si uno se queda con la satisfacción de los eslabones que subsanan las falencias o ficciones de los propios proyectos, se pierde a Dios. Incluso teníendolo presente a través de la invitación -por la ayuda que te dio- a que lo busques de otro modo.

Sin humildad la voluntad enferma no se cura. Y el pasado vuelve como un eterno retorno y busca huir en la reencarnaciones vitales de distintos personajes que uno puede inventar con la plata conseguida en los mercados de los hombres.

Sin soledad y silencio no hay encuentro.
Esperar contra toda esperanza. Hasta no esperar y abrirnos de esta forma, no es posible ver a Dios.
Hay que empezar por preguntar, llamar a Dios; si uno lo hace de verdad y tiene el valor de escuchar la respuesta, EL va a responder. Pero es necesario mucha valentía porque los decorados de las fantasías familiares atávicas, propias y de la gran familia humana, se desmoronan en la luz de la verdad plena, profunda y total.

Cuanto menos presente está Dios, tanto más todo depende de la propia voluntad. Y de la configuración de la voluntad: una voluntad ciega y energética, fundada más en la dependencia de caer bien, de que nos acompañen, de ser buen proveedor de lo que a otros les viene bien, de los discursos recíprocos (símil adulto del "cambiar figuritas" infantil), de pagar las fantasías egoistas/infantiles/eróticas/de poder.

Lo que depende de la voluntad, depende sólo y sobre todo, de ella. Y de la salud física que permite más o menos sostenerla de algunos de esos modos. O usarla para comprar a otros con plata, miedo, o dulzura.
Sin Dios es ABSOLUTAMENTE IMPOSIBLE salir del laberinto. Y, si uno, no busca llegar a las raíces y a la fuente de los valores que otea, se queda en la superficie del control y de los discursos afectoides que siempre encontrarán un dulce cómplice o un tránfuga que comparta el mismo circuito de manipulación, más dorado, más endulzado, pero el mismo círculo: el círculo cerrado de los catálogos del mundo.
La felicidad depende de uno mismo. Pero los cimientos del "sí mismo" es el AMOR de Dios. Que es lo que funda y sostiene y recrea constantemente el "sí mismo" y lo proyecta saludablemente hacia la integralidad de la creación.

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