sábado, 1 de noviembre de 2008

Ver

Cuando establece el vínculo profundo consigo mismo, uno no se vuelve indiferente sino más selectivo. No excluyente ni despreciativo. Ve mejor lo que hay delante y, al no ser gobernado por carencias (uno las siente pero no lo dominan), ve mucho más claro las intenciones, los manejos, la modalidad de las personas. Y por madurez, atisba mejor el interior del otro, cual es su interioridad y no la confunde con sensibilidad.
Hay gente muy sensible o con mandatos de delicadeza o de dedicación a los demás que parecen tener vida interior o rasgos de virtudes; en realidad no son ni interioridad, ni virtud sino tal vez vicios y dependencias gratos. Uno se vuelve más selectivo y más respetuoso. Las relaciones tienen un marco diferente. La sobriedad nos protege de no dejarnos llevar por el exacervamiento de las carencias con entusiasmos o aversiones ficticias condicionadas. Uno sale del juego "hago lo que puedo" o de las "intenciones", para entrar en la realidad de las motivaciones profundas de la conducta. Y, desde ahí, puede construir con el amor. En la eroticidad, la virtud de la templanza -y no la moderación como un control voluntarista provisorio-, es la que gobierna y armoniza las pulsiones y las tendencias, y las orienta en relación con un fin que tiene límites a la fantasía que fue minando con sentimientos equívocos los modos e intensidades de las emociones humanas , para formar verdaderos y constructivos sentimientos que conducen a despertar y sostener el amor.
Mi interior me da una percepción más acabada de quién soy y de qué es la vida, qué es vivir, y así percibo a las personas que tengo enfrente. A veces, por el dolor de las carencias, uno comete grandes errores al no sopesar la densidad y el contenido de ciertas palabras. Con el tiempo, el optar por el riesgo mortal de hacer desierto de las palabras y encontrar su verdadero horizonte cuando uno no las riega con su estimulación, sacrificios excesivos y dolor cargado... van apareciendo con su figura más real. El resultado es un susto espantoso ante un mundo mucho peor de lo que uno supone y las disculpas correctas que lo hacen más llevadero. Pero ahí empieza el amor. Cómo, de qué modo, hasta dónde. La verdad permite ver mejor a la persona que uno tiene delante y también escuchar con sinceridad por qué motivo uno la quiere.
En una "mente libre" todo va bien; creo que no en una mente sana. El tiempo es el mejor explicitador: los apegos, los controles, las fugas internas, las compensaciones con cosas o actividades o personas. Y no siempre es un restaurarse para volver sino un desagobiarse para pagar el peaje seguir viviendo en la fantasía.
Cada uno tiene la felicidad que quiere.

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