La cruz, desde la perspectiva del amor, deja de ser un elemento de tortura para convertirse en una llave.
El amor abre, en la cruz, la capacidad de volverse como un niño.
Pobre, desamparado, angustiado y acorralado en la desesperación de la impotencia, uno puede hacerse como un niño... cuando no he sabido elegirlo como opción espiritual de crecimiento y maduración.
Por la cruz entro en regiones de vida humana en las que el miedo y la auto preservación me habrían impedido entrar; de las que el orgullo, la avaricia y la codicia, la búsqueda de seguridad y el interés, me habrían distanciado: encerrado en "mis" mundos -paisajes solo "turísticos"- en donde puedo jugar a ser Adán... dueño omnipotente del bien y del mal... en un laberinto sin perspectiva. La cruz me invita, me ofrece y me dota... y me habré la puerta para vivir.
domingo, 28 de julio de 2013
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