lunes, 22 de diciembre de 2008

Felicidad adulta

Hay una especie de felicidad más atada a la "propiedad".
Los hijos muchas veces no saben amar y prefieren la buena memoria para protegerse del dolor; pero el amor quiebra el poder del dolor y hace nacer a una forma nueva en la verdad. Entonces deja de doler o duele con compasión y consuelo sin la competencia negativa de haber sido menos que los otros...
La felicidad del adulto es diferente. Sé que nadie va a guardar por mí, nadie vendrá a solucionar los asuntos, pero también sé que la felicidad no tiene tanto que ver con el cuidado ni con mi capacidad titánica de labrarme una senda de éxito y de poder. La felicidad está en ver que tengo una luz adentro, alumbrada por el amor, y con ESA luz puedo mirarlo todo y nadie tendrá poder jamás sobre mí porque no pueden apagar ese amor que me fue dado para poder alimentarme y atravesar todo el camino por todas las sendas y posibilidades hasta el final. El mundo, la noche, la intemperie, mis propios recuerdos de dolor, mis recurrencias internas de poder volver ser asaltado por las viejas conductas y elecciones equivocadas, la tentación de pasar breves momementos de gozar de éxitos o temer fracasos. Ahí, la felicidad, me despierta e invita a seguir avanzando (no huyendo) a caminar; no a correr desaforadamente para seguir venciendo "marcas" y batir records.
Siempre hay algún otro transeunte que escuchó el comentario y también quiere ser el nene o la nena más lindos del mundo para sus papás y debe pagar con la moneda de la satisfacción o del éxito... hasta que al final, vencidos por la vida, el tiempo y los fracasos uno se queda con el premio consuelo de "sos mío... y nos tenemos nosotros", pero sin jamás haber llegado a descubrir la belleza del otro y la complejidad de su vida y del proceso del amor.
Consuelos ficticios, mentales y calculados y escondidos tras mohínes discretos de dulzura... y con una negatividad interna aterradora. La sensación más bien de que la vida es resignarse sin haber aprendido con verdadera delicadeza los límites y apreder a entrar en la hondura de ellos con el amor... Que no cambia nada muchas veces, pero que modifica todo porque permite ver la MARAVILLA dentro de la estrechez del límite que me dice "no podés más, vas a ser sólo esto... qué lástima... hubiera sido tan lindo ser como...". Y uno aprender a apreciar lo que es y a guardarlo y a disfrutarlo... aunque otros vivan en una serena y semidorada resignación.
La vida es vida y siempre es intensa, aunque sea en los límites estrechos de una realidad que a los ojos de la "medida" de otros (aprendida en las escuelas de los mercaderes) resulte neuróticamente injusta, esclavos insoportables de algo que no podemos más que complejamente "¿aceptar?"
Ser feliz, de adulto, da miedo; no hay referencias protectoras de progenitores. Soy yo, mi libertad, mis elecciones y mis errores y el juicio de los otros. En medio de eso amanece la posiblidad de la conciencia de una Paternidad sana, mucho más sólida que todos los beneficios de la "progenitura". Esa Paternidad me llama hacia mí mismo y me muestra las señas de tránsito que ha puesto en medio de los desiertos de la mala competencia, del egoísmo y de los complejos inflados o desinflados. Uno se descubre cuidado aunque a veces se siente poco porque es mucho más grande la impresión sensible del susto o la imponencia de los juegos de libertad vecinos. Pero uno se descubre cuidado, alentado, invitado; aparecen personas, situaciones, oportunidades... la "magia" desconcertante del amor... la famosa Providencia... las delicadezas de Dios..
Sólo un ojo renovado puede empezar a percibirlas y un corazón nuevo a sentirlas. El hombre viejo las devora vorazmente como peldaños de beneficios para seguir trepando dentro de su propia locura para alcanzar las cimas de disparates del sistema, que estallan de vez en cuando... gracias a la CODICIA (que nos obliga a darnos cuenta).
Usualmente, es más atractivo volver a los peldaños del disparate para trepar a las cimas de la estupidez humana y terminar viendo que tengo todo... pero no me sirve de nada. De nada para vivir, para aprender a amar. Me faltó silencio y soledad de los buenos, algunos de los ingredientes peregrinos de la felicidad... que no es para propietarios.

No hay comentarios: