martes, 5 de mayo de 2009

Crecer sano duele


A veces, algunas relaciones nos hacen conocer cosas de nosotros mismos. Eso no debería generar ni mucha admiración ni dependencia. Cosas que, en una emotividad más exacerbada -entre la hipersensibilidad de las carencias y la sensación de ser sacado de una especie de "ahogo" existencial en una encrucijada- es común que se viva con un entusiasmo excesivo y más o menos desbordado; que pide la repetición y la presencia.

Puede ser muy peligroso porque no es tanto la posesión de uno mismo sino entrar en la dependecia de la "luz" que me ayudó a verme. La entrada sana en sí mismo produce al menos dos cosas. Una es la serena posesión y conciencia de uno mismo. Y la otra es una relación de fidelidad con la otra persona que brota de la dignidad percibida y vivida con señorío. No es pago ni apego.

Un buen ejemplo son los "amores tropicales", que duran poco: en general, lo que la carencia del otro mientras se siente sometido y dependiente y fascinado con la "leche maternizada" de la ayuda. Pero, ni bien se sienten fuertes se olvidan de todo, lanzados nuevamente a la carrera de los intereses y ventajas. Y, el contacto con alguien se transforma, en el mejor de los casos en un album de recuerdos con algunos pesos deslizados cada vez más ralamente. Cuando superan la curva máxima del dolor,  todo comienza a ser olvido.

Si uno siente un gran fervor o una gran excitación, eso tiene que ser maduramente trabajado para no entregarse a esos sentimientos porque postergan la propia maduración sana. Es verdad que pueden dar como una especie de plataforma más correcta con una orientación HACIA lo más saludable: pero, a mi ver, no significa de ningún modo que sea más saludable. Porque la raíz misma es la dependencia. Es soltar la cadena y dejar de ser perro doméstico para enfrentar la vida de cada día y aprender a hacerlo sin subterfugios con los que uno se explica.

Hay gente que necesita sentirse bien parado y le cuesta estar mal. Es como si tuviera que cerrar un saldo positivo. Y uno es amado y el piso está y estará siempre. Desaparece cuando las personas sólo buscan la gratificación de sí mismos. Pero un buen amor permite las peleas y disensos que llevan a la verdad y no a los propios intereses, y está dispuesto a escuchar planteos y a dialogarlos. Da miedo pero uno atraviesa el miedo porque entiende que es mejor encontrarse con el otro, no para depender sino para construir con lo que cada uno tiene adentro y desde ahí y no con una especie de aporte de capital fundado en las capacidades desarrolladas. Las capacidades se pueden perder siempre por enfermedad o contrariedades. Por eso cuando la gente busca el sacremento del matrimonio dice: salud/enfermedad, prosperidad/adversidad...

Ese amor basal no faltará nunca y nos permite admitir que estoy mal, que hago mal... pero no la necesidad de autoprotección psicológica de gratificarme con una buena imagen. Si hago algo o casi todo mal... no hay problema, porque me van a ayudar. Es como cuando uno está tirado deteriorado en una cama. ¡Qué se le ocurre ver bien! Pero el amor basal guía. Esa es la única certeza. Y permite total seguridad para modificar las figuras estructurales.

El afecto es bueno pero uno tiene que pensar si la sobriedad lo gobierna o no.

Es muy bueno poder percibir a la gente. Y es necesario percibirlos no desde el afecto, sino desde un vínculo trazado sánamente y CON afecto... pero no desde el afecto. Porque esa emotividad está exacerbada... comprensiblemente por factores históricos y personales.

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