domingo, 17 de mayo de 2009

De personas amaestradas y domesticadas

Domesticar a una persona... no es amaestrar. Amaestrar es ajustar a alguien a uno... pero, eso SÓLO ES POSIBLE, en un adulto, cuando el otro lo consiente. Tal vez sea por la historia de la persona... De chico, uno está como "condenado" a depender...; de adulto, en un mundo más plural se hace cada vez más fácil -en un sentido más o menos relativo, porque la gente o está muy dormida en su propia muerte anticipada o es muy perversa y no entiende ni sabe pensar en el otro como otro y con valor... ¡en el mercado de los precios...!- en un mundo más plural es más fácil acceder a otras perspectivas...
Registrar el propio dolor e intentar salir y no acallarlo con más ¡¿seguridades?! costumbristas narcotizantes que sólo retrasan el final abrupto y lo tornan más caótico.
Domesticar es otra cosa. Es ayudar a que el otro forme parte de la casa -el "domus"- de la condición humana. Para eso yo tengo que poder percibirme como persona y encontrar lo doméstico en el don de mí mismo, en mi identidad profunda -no la configuración histórica- y en la percepción de que fui dotado. Algo así como primero poder recibirme a mí mismo para poder recibir a los demás. Pero no un "recibirme" egoísta y egolátrico, sino una simple, profunda... muchas veces, dolorosa... recepción de mí mismo para extender esa experiencia a todos pero siendo cada uno en sí mismo.
A veces hay cosas escondidas y hay gente capaz para operar pero incapaz de operar dentro de sí misma... y ESE es el MAYOR PELIGRO: cuando uno no se sanea a sí mismo profunda y largamente primero corre el riesgo de buscar otra soga en que seguir colgando la ropa... con la ilusión -promesas dulces mediante- de que nunca podrán llegar a blanquear de mejor manera...

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