lunes, 6 de octubre de 2008

Afectividad

La afectividad es uno del grandes tesoros de los vínculos humanos. Pero lo que solemos llamar "afectividad" no lo es, sino que es la clave de seducción, de contacto, de acceso de penetración de la realidad del otro para tratar de incorporarlo a mí mismo. De crear una especie de caravana... y no de transitar juntos un camino.
Con esta afectividad lo que hago es descubrir los puntos de necesidad o puntos débiles de todo orden con los que puedo construir relaciones de intercambio, poder y dependencia. Y la cumbre de esto es la satisfacción más o menos recíproca y más o menos desproporcionada. Siempre se saca algo, aunque sea menos que el otro y uno lo acepte a la espera de ganar en el futuro, o de asegurarse la sensación de continuidad teniendo a alguien o algo "a pesar de todo"...
La sana afectividad, en cambio, es lo que ayuda a despertar la sensación de la vida. Que la existencia no se mide ni sólo ni principalmente por los resultados, tantas veces atados a la locura o depravaciones humanas de todo orden, bajo la forma de la dulzura o de la violencia. Ambas violencias para la integridad del ser humano y grandes amenzas para poder desplegarse como tal y estar en el propio espacio aún en medio de la adversidad... y, sobre todo, para no enamorarse equívocamente del instante, en los momentos de bonanza.
La sana afectividad no depende ni de las circunstancias ni de los logros ni de los resultados ni su cumbre se identifica con nada de eso. No es el grito de triunfo de un logro alcanzado. Es como el aire, un continuo, casi sin importancia, que está ahí y debe estarlo, hasta que notamos que hace falta.
La sana afectividad alienta la esperanza porque no falta nunca y puede crecer y aumentar paradójicamente cuando el poder de las circunstancias nos despojan y tomamos conciencia de lo esencial, de lo que estuvo siempre y nunca vimos.

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