sábado, 18 de octubre de 2008

Dejar que el dolor duela

Los dolores que son fruto de excesos y errores en la vida lastiman. Pero hay dolores buenos que es imperativo aprender a escucharlos porque indican el camino hacia la sanación o la libertad del perdón (de lo que es imposible modificar).
Si no distinguimos estos dos tipos de dolores y tomamos los dos por igual, entonces corremos el riesgo de confundir la paz con el confort. La paz está hecha de senderos de dolor también. El camino hacia ella los incluye. Entrar en el dolor que lleva a la libertad es sano; continuar acentuando lo que nos deteriora es patológico y pone en riesgo los planos más frágiles de la existencia en la vida física. El deterioro físico y psíquico y la confusión espiritual se producen por seguir sosteniendo, investigando o alentando cosas que son en sí mismas destructivas. Y aunque puedan parecer salidas de escape de planteos que nos causa dolor enfrentar. Y el mundo vende mucho de esto porque es muy rentable: distracciones, salidas, viajes, compras. Todo hacia afuera; hacia afuera de sí mismo, del problema. Que no es lo mismo que salir de casa para ir al hospital a internarse y entrar en terapia intensiva. De algun modo, esto segundo, es "salir de la casa para entrar en lo más profundo de sí mismo". En terapia uno está totalmente frágil, con peligro de muerte, sin poder manejar el poder manipuladoramente.
La gente no se conoce y que quiere ser como los demás; tener infantilmente todo lo que la hace sentirse bien sin medir las causas de su conducta y por qué tiene lo que tiene. Es pensar en la crisis coyuntural, del instante, sin hacer la proyección detenido a las causas reales: fui yo mismo quien acepto o quiso ser dueño del bien y del mal, y con mi libertad desarrollé todo el cataclismo existencial que deviene de él y con el que ataré, mientras no rechace el modo de la libertad paterna y busque en mi interior.
Siempre resulta más a mano esconderse o echarle la culpa al otro. Resulta más fácil sentirse el pueblo elegido que renunció a sus dioses y a su tierra para seguir un llamado que... le atraía. Si no le hubiera atraído no hubiera renunciado a lo suyo primario. Pero ahora que tiene hambre sólo recuerda que renunció y quiere cobrarlo. Estos dolores hay que reconocerlos. Para no echarle la culpa la nadie sino dejar ver lo propio.
Las racionalizaciones no ayudan porque son como sentencias que cierran la investigación. Lo que es "razonable" en términos de la paz social. Y, las injusticias del proceso, no pueden devolverle nada a la persona jurídicamente dañada, salvo una disculpa y/o algun resarcimiento económico.
Dejar que el dolor pueda hablar. No caer en los convencionalismos malamente autoprotectores de divan de "hago lo que puedo". Generalmente no hacemos lo que podemos por eso tenemos vidas miserables con justificaciones y apreciacione de sectores mal enfocados y sobre-inflados con adjetivos eufemísticos. Nuestra vida es mucho más miserable de lo que podríamos tolerar, pero el verla en su dinamismo y consecuencias nos permite entrar en la maravilla de la vida.
El tema es que, en un primer momento, en la terapia intensiva, nos vemos hechos un desastre y con riesgo de perderlo todo. Pero lo que sale es infinitamente superior.
Dejar que el dolor duela para que nos lleve mejor a la causa y se drene el sistema del poder de manipular. Que se lo pueda no sólo percibir, analizar y discutir en la mesa de las lágrimas, sino que pueda entrar en la carne y en el diálogo con el corazón. Que no sea un arrepentimiento provisorio, y que lágrimas no alivien sino que purifiquen el alma y dejen ver la luz de un día diferente. Ese día diferente que causa tanto miedo porque se parece a la vida de la gente que nos da lástima: sin poder ni influencias, como descartados de la vitalidad del éxito y de los primeros puestos...
Los que eligen bien son recordados y sus vidas nuevas son una inspiración. Son más que memoria, sus vidas han llegado a ser tránsitos, senderos, caminos, invitaciones, una mano tendida y fiel para animarse a entrar en lo mismo.

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