viernes, 31 de octubre de 2008

Vida afectiva y vida interior

La vida afectiva es diferente cuando uno tiene una débil vida interior.
De ser así, la presencia del otro (sensibilidad, salud, expectativas, historia, ilusiones recibidas y adquiridas) genera una atracción o rechazo profundos, en el aspecto más físico; la necesidad de fundirme con eso del otro (como con un bebé: "me lo comería"). O por el contrario, se me hace simple y totalmente insoportable su sola presencia física causándome irritación.
Cuando hay vida interior, toda esta emotividad encuentra un marco, una referencia diferente y un cauce. En la vida interior hay como dos aspectos. Uno es la conciencia de sí mismo. La percepción del sí mismo, de los dones, el descubrimiento de la misión personal y el sentido de la propia vida. Y otro, una visión objetiva, no unívoca y excluyente de las percepciones de los otros, pero sí, veraz. No de moda, según criterios de control de poder y rentabilidad, tan fácilmente inclinables por la codicia, la seducción, los celos, la envidia; tan permisivos de abusos prolijamente justificados.
Sin la interioridad, la afectividad es "pegajosa" y no sobria. Tiende a formar sensaciones de absolutos exagerados: tal es LA persona de mi vida, o MI salvador, o MI fuente de luminosidad. Todas exageraciones provisorias y utilitarias que se derrumban cuando el cuadro de las seguridades varía, o cuando la conciencia de la propia vacuidad me lleva, inmaduramente, sólo a salir de lo que duele para buscar otra situación que conforta. Un paliativo, no curativo.

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