jueves, 16 de octubre de 2008

Sanando la afectividad

En la estructura interna y el dinamismo de la afectivdad hay un componente interno y particularmente determinante que podríamos llamar el "aprecio". El eje sobre el que gira el ritmo y la intensidad de la afectividad.

No se puede vivir para las propias carencias, ya que todo lo que nos resulte con el sabor de superabundancia nos atrapa. Superabundancia que tiene como dos funciones:

- suplir el agujero mismo de la carencia

- brindar la sensación de que lo que dolió no volverá a suceder jamás, porque esta es una "fuente inagotable"; como una fortuna acumulada que no sería alterada por ninguna crisis. "Alma mía, come y duerme en paz, que tienes bienes acumulados para muchos años."

Muchas personas eligen sumergirse en la actividad para anestesiarse, concentrar la energía, y entonces evadir el conflicto de dolores muy profundos.

La sensación aparente y fantasiosa de "sobreabundancia" aseguradora permite evadir el miedo profundo y el dolor de enfrentarse a la realidad y resolverla. Algo así como la adrenalina que nos permite provisoriamente vivir situaciones extremas disminuyendo drásticamente el dolor físico y la ponderación de riesgos y consecuencias.

La solución primera y aparentemente más limpia es lograr sentirse el centro para alguien y a eso llamarlo amor. Cuando la muerte de lo que se quería poseer para ser el centro de dependencia biológico-afectivo ( hijo / relación con la persona que aparentemente ama) se rompe, vuelven a invadir virulentamente la "enfermedad" y con riesgo de muerte se quiebra la seguridad y la sensación de abundancia. La persona en tratamiento logra descubrir que quiere vivir. Pero entonces hace falta un elemento que reemplace a eso que provisoriamente dio la sensación de abundancia y de "para siempre".

Una opción terapéutica sería la de la reconstrucción de una voluntad que sea más realista y humilde; que logre aceptar toda la conflictividad de la convivencia personal y social aunque el problema de sentirse amado queda postergado. Como una sed insatisfecha que uno debería tolerar hasta que tenga que atravesar el largo desierto de la vida con oasis, noticias de que existen otras tierras, pero sin poder salir del laberinto del desierto hasta que la muerte llegase para liberarnos.

El encontrar ese amor es alcanzar el eje de una vida afectiva que no va a girar en torno al gozne de la presencia de alguien y a lo que esa persona pueda dar. Es la posibilidad de romper el círculo diabólico de la sumisión interesada, egoista y negociadora de "adorar" al ídolo -o al aspecto de ídolo- al que después habrá que pagarle peajes, intereses y más sonrientes y calladas sumisiones para no caer en el abismo del aislamiento.
Para esto se hace imprescindible entrar en la oscuridad de la propia sensación de aislamiento, con los matices con que fuese percibida, y encontrar la belleza de la propia soledad. De esa percepción de la estructura original. Donde está el diseño y la proyección, los colores y la luz originales, sin resturadores, carentes de gustos y de capacidad de percepción.
Tocar el espacio de la verdadera libertad donde surge el coraje para no medirse por los avatares de la vida sino vivir de los propios recursos y con la prudencia y sensatez de no pretender modificar por decreto la morfología de la vida. Es donde brota el amor tierno y delicado que es el único que podrá ser verdaderamente fiel, porque no adora para alcanzar un lugar de dependencia ni busca la adoración para no sentirse despojado y tener que mentir para sobrevivir en la selva de la eficacia.

No hay comentarios: